sábado, 17 de diciembre de 2011

Capítulo final:

Capítulo once:

Javier sonríe.
Está feliz.
Está feliz, con otra.
Feliz, y vivo.
Increíble.
Me han vuelto a hacer daño.
Hugo me ha mentido.
¡Javier no está muerto!

Me siento feliz por él.
Lo observo desde lejos, con la nieve cayendo lentamente.
Él vuelve a besar a Noelia.
Yo me siento bien.
Un poco celosa de no ser a mí a quien besa, pero, a fin de cuentas, bien, de saber que él también lo está.

Continúo mi camino hasta casa.
Sin ni siquiera saludarle.
Él ya es feliz con otra, y yo, intentaré serlo con otro.
Con Hugo, por ejemplo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Capítulo diez:

Y aquí estoy yo.
Con él.
Con ese chico que ama a mi mejor amiga.
Con ese chico que me apoya, como no lo hace nadie en mucho tiempo.
Con ese chico que me hace tan feliz que, simplemente, parece que, estamos destinados a ser algo más que dos buenos amigos.
No, con ese chico, Hugo, las cosas no son como con Javier.
Javier, Dios.
Donde quiera que estés, vuelve.
Vuelve, lo necesito.
Lo necesito, joder.
Necesito un poco más de tu amor, porque sin ti, Javier, la poca vida que tengo, y el camino que aún me queda por recorrer se me hace más cuesta arriba que nunca.

Una lágrima resbala por mi rostro.
Estoy helada.

Javier me mira, y se quita la chaqueta.
Me la ofrece.
-Toma, te va a hacer bien.
Yo lo miro a los ojos, y en ese momento, siento miles de mariposas pasando a toda velocidad por mis entrañas.
Me apetece besarle.
Pero no, no lo voy a hacer.
¿Qué por qué? Ni yo lo sé.
Él cada vez está más cerca, con la chaqueta en la mano.

Cierro los ojos.
Y los veo, ahí, parados en mitad de ésta calle Madrileña.
Sin la nieve cayendo.
Sin éste frío.
Él y ella aún tienen miedo de ser descubiertos por Mario.
Miran a todos lados antes de besarse por primera vez.
Ella, verdaderamente, deseaba ese momento.
Y él, más de lo mismo.
Y al fin ha ocurrido.
Ella sonríe tímidamente.
Por el calor que hace aquí, tiene que ser Julio… Julio, o Agosto como mucho.

Vuelvo a abrir los ojos, y me encuentro con los de Hugo.
Él me sonríe.
Estamos en la misma acera en la que besé a Javier por primera vez.
Ambos miramos a todos lados, y cuando comprobamos que Valeria no está cerca, él me acaricia la mandíbula.
El moratón que se me quedó después de que Mario me golpease ha desaparecido.
Y con él, la mayoría de secuelas de la violación.
Ambos acercamos los labios; los míos a los suyos.
Y acabamos en un beso precioso, con la nieve de por medio, en el centro de Madrid, en la puerta de un Starbucks.

-Quería decirte que estoy enamorado de ti desde el primer día en que te vi.- Me susurra.
Y volvemos a besarnos.
Yo lo miro a los ojos.
Su mirada celeste me congela. Me mata, me quema.
No quiero que él esté tan dentro de mí, porque sé que si él lo está, tarde o temprano, me hará daño.
No me gusta nada que esto esté pasando.
No me gusta nada pensar que, si él me falla alguna vez, mi mundo volverá a caerse en pedazos.
Que sí, que él ha sabido cómo sanar las heridas que otros dejaron en mí, ¿Pero sabe controlarse para no hacerme otras mucho más profundas de lo que lo han sido jamás?
No creo, él, a fin de cuentas, es un chico.
Y los chicos, a la ligera, te hacen más daño que la peor de las drogas.
-Lo siento, Hugo, pero tengo que irme.
Él me mira a los ojos.
-¿Te vas, sin responderme?
Yo aparto la mirada.
-Me tengo que ir, lo siento.
Y le dejo ahí, en mitad de la calle, con miles de besos entre sus labios por regalarme, y un gran secreto que, por mi bien, no puede contar.
Nadie puede enterarse de que nos hemos liado.

Camino por la acera blanca por la nieve, y sin querer, le siento.
Le siento demasiado cerca.
Está cerca de mí.
Reconocería su perfume en cualquier parte.
Pero no, debo de estar delirando.
Ése que camina agarrado de la mano de Noelia no puede ser él.
No puede ser él quien acerca su boca hasta la de Noelia.
No, no puede ser él quien está besando a la que un día fue mi mejor amiga.
No puede ser él.
Sin embargo, lo es.
Javier.

La nieve cae sobre la hermosa ciudad de Madrid, ahora con más fuerza.
Una pareja se besa apasionadamente.
Y una tercera persona, ella, lo mira a él sin poder creerse que esté vivo.
Ella es Lorena. Lorena; yo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Capítulo nueve:

El tiempo pasa lentamente desde que él no está aquí.
¿A qué estamos ya?
Miro el calendario que hay colgado en una de las paredes de mi cuarto.
Hoy es viernes.
Viernes 12 de Enero del 2011.
Me tumbo en mi cama, boca arriba.
Me subo la camiseta a la altura del ombligo y miro mi tatuaje.
Si mis padres se enterasen de que llevo un tatuaje, me matarían.
Una J, bordada de tinta, negra.
Negra, como supongo que fueron las ropas que los familiares y amigos de Javier llevaron a su entierro.

Recuerdo perfectamente la última vez que vi a Javier.
Fue un par de días después de que me violase Mario.
Él vino a buscarme a mi casa para decirme que ahora sabía la verdad, y que Mario se las iba a pagar, y que íbamos a ir en ese momento a denunciarle.
Yo le dije que ya era tarde, y que, por favor, se fuese por donde había venido.
Él me besó en los labios fugazmente, y desapareció de mi vida, y también de la suya. Se suicidó tomándose un bote de pastillas para el corazón de su abuela.

Me enteré hace un par de días, y no me afectó mucho.
Hace mucho tiempo que nada me afecta.
Hace mucho tiempo que camino por la vida sin un corazón, sin sentimientos.
Hace mucho tiempo que, mi mayor pasatiempo es jugar con chicos.
Hace mucho tiempo que no soy yo, o, simplemente que he comenzado a serlo de verdad.


De pronto, a mi mente, llegan fragmentos de conversaciones de Javier y mías.
Aquella tarde, en aquella farmacia.
El día nueve de Diciembre del año pasado.


-Entra tú y pídelas, por favor. ¡Que a mí me da muchísima vergüenza!

Le pedí que entrase él a pedirme la píldora del día después.
Él me besó en los labios, y entremos juntos, cogidos de la mano, y yo misma le pedí a la farmacéutica la píldora.

Una lágrima cae desde mis ojos a la almohada.
¿A quién quiero engañar?
No he dejado de llorar desde que él me dejó.
Desde aquel día en que le grité que se fuese, y él me besó en los labios, e hizo lo que le había pedido.

Y sí, he dejado de juntarme con Noelia y Marina. Y ahora, ando perdida por el mundo, sin el apoyo de ellas. Y con un grupo de chicos y chicas con los que no termino de encajar.
Entre ellos están el cabrón de Mario, y también Hugo, un chico que desde la muerte de Javier, me trata fenomenal.
Marta también está.
Y creo que, a momentos, reemplazo a Noelia, la que un día fue mi mejor amiga por Valentina, la novia de Hugo.

Antes de ti, no, yo no creía en Romeos, Julietas muriendo de amor.
Esos dramas no me robaban la calma.
Pero la historia cambió,
Pero ésta historia me cambió.
                         
Dicen que se sabe si un amor es verdadero
Cuando duele tanto como dientes en el alma.
Dicen que lo nuestro es tan solo pasajero
Pero ¿Qué sabe la gente lo que siento cuando callan?

Mi teléfono está sonando.
Suena igual que sonaba cuando Javier no paraba de llamarme, para disculparse, antes de venir a mi casa.
Lo cojo de la mesilla, y miro la pantalla.
Hugo.
Los nervios se me acumulan en el estómago.
¿Le respondo, o hago como si no estuviese?
Opto por lo segundo.
La canción de Malú llega a su fin, y la llamada se corta.
Y yo, continúo llorando.
Según Malú, se sabe si un amor es verdadero cuando duele tanto como dientes en el alma.
Pues éste debe de serlo, aunque, hoy por hoy, éste amor es irreal. Sigo enamorada de alguien que ya no existe.
Sí, un amor irreal.
Suena como el título de una novela.
De pronto, me viene una frase a la mente.

Te amo, Javier. Y no quiero que lo olvides.

Supongo que ahora, estando en medio de ninguna parte, lo habrá olvidado.

Le sigo amando, como el primer día.

Antes de ti, no, yo no creía en Romeos, Julietas muriendo de amor.
Esos dramas no me robaban la calma.
Pero la historia cambió,
Pero ésta historia me cambió.
                         
Dicen que se sabe si un amor es verdadero
Cuando duele tanto como dientes en el alma.
Dicen que lo nuestro es tan solo pasajero
Pero ¿Qué sabe la gente lo que siento cuando callan?

Mi móvil está sonando.
Es Hugo.
Ésta vez, decido responder.
El pulso se me acelera.

-¿Sí?- Respondo.
Hugo es el único chico al que no considero mi juguete.
El resto; Mario y Lucas sí que lo son, y juego con ellos cuando me aburro.
Mario, al menos, se lo tiene bien merecido.

De pronto, a mi mente, viene la violación.
Sí, él me violó.
Pero da igual, no pienso denunciarle.
Lo que sí que me gusta es amenazarle con contarle lo que pasó aquella noche, en su casa de Toledo a Marta, su novia.
Me gusta que siempre haga lo que yo quiero.

-Paso a recogerte en media hora, y nos vamos a algún lugar de por aquí a tomarnos algo, ¿Vale?

Capítulo ocho:

Cuando me quita las esposas, salgo corriendo de la habitación, sin mirar atrás siquiera.
Me quito la camiseta de la cara, y me subo el vestido y el tanga.
Corro escaleras abajo, y le pido, con lágrimas en los ojos, a Javier que me lleve a casa.
-¿Qué ha pasado?- Me pregunta Javier, mirándome a los ojos de un modo extraño.
-Nada.
-¿Estás llorando?
-No.
-Sí, ¿Qué te ha hecho?
-Nada, vámonos, por favor, Javier.
Y rompo a llorar.
Él me hace a un lado, y corre escaleras arriba, ignorando la de veces que le llamo.
Marta me mira atentamente.
-¿Te has golpeado en la mandíbula?- Pregunta.
Yo la miro, con lágrimas en los ojos.
-Sí, ha sido sin querer.
Aparto mi mirada de su cara.
-¿Por qué ha subido Javier tan deprisa a la segunda planta?- Pregunta.
-No tengo ni idea.- Digo, girándome, para irme de la casa.
Cojo el picaporte, y abro la puerta.
-¿A dónde vas?- Pregunta Marta.
-No lo sé.- Digo, y cierro la puerta de un portazo.

Camino por la calle, sola.
Son las tres de la madrugada.
Lloro.
No me puedo creer cómo ha acabado la noche.
No quiero creerme que Mario es tan cabrón.
No voy a denunciarle.
Nadie me creería.

Me siento en el suelo, en mitad de la acera.
Me gustaría que en este preciso momento, me cayese un rayo en la cabeza.
Estoy mareada.

Me levanto y me giro, en dirección a la casa de Mario.
Veo a Javier saliendo de la casa.
Él me mira, a lo lejos.
Camina hacia donde estoy yo.
Yo no quiero que me vea llorar, así que sigo caminando.
Él aligera el paso hasta alcanzarme.
-¿Qué ha pasado, Lorena?- Me pregunta en un tono dulce.
-Nada, Javier, nada.
-Lorena, estoy harto de que me mientas. Sé toda la verdad.
Yo lo miro, extrañada.
-¿Y qué es lo que sabes?
-Sé que todavía sientes algo por Mario. Tú misma se lo has dicho. Pero él tiene novia, Lorena. Y tú también tenías.
-¿Cómo puedes pensar eso?
-Porque él me lo ha contado.
Yo lo miro a los ojos por primera vez desde que hemos salido de la casa.
-¿Y esto quiere decir que me dejas?
-No me has dejado otra opción. ¡Joder, Lorena! Que sigues amando a Mario.
Yo me quedo de piedra.
El corazón se me encoge, y no puedo respirar.
-Él me ha violado.- Suelto, de repente. –Y tú me has dejado.- Añado.
-No pienso creerte, Lorena. Sé que me mientes. Igual que sé que Mario es incapaz de hacerte eso.
Yo lo miro a los ojos, por última vez en mucho tiempo.
Y me alejo.
Sigo caminando, y él me sigue.
-Me has dejado, ahora, solo me queda pedirte que no vuelvas jamás.- Le susurro, a lo lejos.
Él se queda paralizado, y yo sigo caminando.
Sola.
No solamente estoy sola, si no que, a cada segundo que pasa, me siento más vacía.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Capítulo siete:

Estamos todos sentados, alrededor de una cachimba de las grandes.
Una chica rubia fuma descontroladamente.
La chica rubia es Marta.
Un chico tontea conmigo; Mario.
Javier está en la cocina.
Hay mucha gente.
Entre ellos, están Marta, Mario, Javier, Valeria; la mejor amiga de Marta y su novio Hugo.

-Tengo que hablar contigo, Lorena… ¿Subimos arriba? Allí no nos molestará nadie.- Me pide Mario, tocándome la rodilla.
Yo lo miro a los ojos. Sé que puedo confiar en él.
-Javier, voy arriba, espérame aquí.- Grito.
-Vale.- Se le oye decir a Javier desde la cocina.
Marta nos mira extrañada mientras subimos las escaleras que dan a la segunda planta, él y yo, cogidos de la mano.
Atravesamos un pasillo largo y llegamos a su cuarto.
Yo entro, y me tumbo en la cama, sin saber qué vendrá después.
-Dime.
-Pues, que te amo, Lorena.
Yo lo miro extrañada, mi corazón late descontroladamente.
Y él cada vez está más cerca de mí.
Me besa en los labios, y yo no aparto la cara.
Comienza a desnudarme lentamente.
Yo estoy un poco… Fumada.
Intento besarle en los labios yo a él, pero no logro enfocar bien.
-Quiero hacerte el amor.- Me susurra.
Yo quiero que pare, pero no puedo hablar.
No me sale la voz.
Me desabrocha el sujetador, y yo, le beso en el cuello.
Estamos los dos, sentados en la cama, haciendo algo que no debemos.
Los dos tenemos pareja.

Me vuelve a besar en los labios, y quiero que pare.
-Para, por favor.- Logro susurrarle.
Estoy algo mareada.
Él me pone una esposa en la muñeca, y la otra parte, la engancha en un barrote de la cama.
-Para, para.- Le susurro, y me calla con un beso en la boca.
Deseo que pare.
Pero no, no para.
Y hace lo mismo con mi otra muñeca, y con otro barrote de la cama.
Quiero que pare.
Pero no para.
Comienza a bajarme el vestido.
No quiero que me haga el amor.
Pero no para.
-Para, Mario, para.
Lo veo ponerse el condón.
Está excitado.
Y a decir verdad, borracho y fumado.
Me baja el tanga.
Y me besa en el cuello.
-¡Javier!, ¡Javier!- Logro gritar al fin.
-¡No grites!- Me pide, y se levanta de la cama, para cerrar la puerta.
Lo veo coger algo de la mesilla, y grito más aún.
Cuando está en la cama, me da un puñetazo en la mandíbula.
-¿Te vas a callar o no?- Me pregunta.
Yo grito más aún.
Grito el nombre de Javier, pero él no lo oye por culpa del volumen de la música.
Entonces, me pone una camiseta en la boca, de modo que no pueda gritar.
Y comienza a hacerme el amor.
Una y otra vez.
Y yo, comienzo a llorar.
Esto no me puede estar pasando a mí.

Capítulo seis:

Y aquí estoy yo.
Con él.
Con ese chico que me ama.
Con ese chico que me apoya.
Con ese chico que me hace tan feliz que parece que, simplemente, a su lado, pueda tocar el cielo con la palma entera de la mano, y no con la yema de los dedos.
Le beso en los labios, y cierro la puerta cuando él sale del cuarto de baño.
Hoy, sin duda, ha sido el mejor día de mi vida.
He estado todo el día junto a Javier.
Hemos comido en mi casa, y después, nos hemos ido de compras por Madrid.
Para la fiesta, él se ha comprado una camiseta blanca, unos vaqueros negros, y unas Converse azul marinas.
Yo me he decidido por un vestido corto, blanco. De volantes, y sin tirantes.
Es precioso.
Y en cuánto al pelo, me lo he soltado.
Unos zapatos de tacón blancos.
Y ya estoy lista.
-Cari, ¿Nos vamos ya?- Pregunto en cuanto guardo el pintalabios en el neceser.
-Vale.
Salgo del cuarto de baño y miro a Javier.
Está precioso.
Y salimos de mi edificio, y cogemos el coche de Javier.
Y en unos veinte minutos estamos en la casa de Mario, en Toledo.

Yo miro a Javier a los ojos, y sonrío.
Le beso en los labios, y presiono el timbre de la casa.
La casa es enorme, parece sacada de una película de terror.
Con grandes ventanales, apartada de todo…
Tiene dos plantas.
En seguida, sale a la puerta Mario, y nos invita a pasar.
Probablemente, si supiésemos cómo acabará la noche, no la aceptaríamos.
Pero claro, nadie en éste planeta es capaz de predecir una muerte.

Capítulo cinco:


El tiempo avanza sin pausa.
Y quiero que se detenga.
Deseo que se detenga.
Pero no, mis deseos no se cumplen.
Tengo un mal presentimiento.
Estamos en el Starbucks de anoche, desayunando.
Yo me he pedido un café con leche, y él otro igual.
Nos estamos mirando a los ojos, y yo le sonrío.
Estoy tan enamorada.
Él parpadea, y yo vuelvo a sonreír.
No nos apartamos los ojos el uno del otro.
Y me gusta.
Me gusta muchísimo.
Sorbo un poco de café.
Él me mira, está en silencio.
Enseguida él también sorbe de su café.
Sonreímos.
Pero éste precioso momento se interrumpe con una canción que proviene de mi teléfono.

Antes de ti, no, yo no creía en Romeos, Julietas muriendo de amor.
Esos dramas no me robaban la calma.
Pero la historia cambió,
Pero ésta historia me cambió.

Dicen que se sabe si un amor es verdadero
Cuando duele tanto como dientes en el alma.
Dicen que lo nuestro es tan solo pasajero
Pero ¿Qué sabe la gente lo que siento cuando callan?

¡Es Mario!
¡Me está llamando!
En seguida pulso la tecla verde de mi teléfono y respondo.
-Dime.
Al otro lado, se escucha la voz de Mario, cansada.
-Lorena.
-Hola, Mario. ¡Felicidades!
-Veo que recuerdas que hoy es mi cumpleaños.
-Sí, lo recuerdo.
-Bueno, pues llamaba para invitaros a Javier y a ti a mi fiesta de cumpleaños. Es ésta noche, en mi casa de campo… En Toledo.
-¿A qué hora?
-A las doce empieza la fiesta. Llevaré mi cachimba,… ¿Tú fumas marihuana?
-¡No!
-Sigues siendo la misma niña sana.
-Tú ya no lo eres, por lo que veo.
Silencio a ambos lados de la línea.
-Bueno, a las doce en punto nos vemos en la casa de Toledo.
-Vale, a esa hora nos vemos.
-Hasta luego, Lorena. Te quiero.
-Hasta luego, Mario. Te quiero.
Él es el primero en colgar.

-¿Quién era?- Me pregunta Javier.
Yo le cuento todo lo que ha sucedido mientras hablábamos, y que nos ha invitado a su casa de campo.
Pero, evito detalles como el hecho de que, algo que llevaba dos meses durmiendo, ha vuelto a despertarse.
Y no quiero que eso pase, pero está ocurriendo.

Y por mucho que me esfuerce, pasará mucho tiempo hasta que eso vuelva a calmarse. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Capítulo cuatro:

El ruido del despertador es lo que me despierta.
Miro hacia donde Javier se acostó la noche anterior.
Se está desperezando.
Sonrío, y él sonríe.
Y nos besamos.
-Buenos días, princesa.
-Buenos días, príncipe.
Nos volvemos a besar.
Yo salgo de mi cama, me quito el pijama, y me visto.
Una camiseta gris, unos pantalones vaqueros, y unas Converse, también grises.
Camino hasta el baño para peinarme.
Observo mi reflejo en el espejo.
Estoy preciosa.
Aunque, ahora que lo pienso, me vendrían bien con mi pelo negro un par de mechas moradas.
Me peino el flequillo.
Pongo ojitos.
Sonrío.
-Tengo una idea; vayamos a desayunar fuera de casa.- Dice Javier, desde mi habitación.
-Me parece bien. Tú tienes muchas ganas de celebraciones, ¿Eh?- Bromeo.
-Sí, hoy, nueve de Diciembre hace un mes y un día que estamos juntos.
Nueve de Diciembre… Nueve de Diciembre.
¡Nueve de Diciembre!
Hoy es el cumpleaños de Mario.
¡La de veces que hablamos de cómo lo celebraríamos!

-Pues para mi cumpleaños, espero que sea un día perfecto… Estemos juntos las veinticuatro horas. Sí, ese sería el mejor regalo que podrías hacerme.
-Ninguno de los dos sabemos lo que podría pasar de aquí a tres meses, Mario… Igual y has encontrado a otra mejor que yo.
-No, no hay nadie mejor que tú en este mundo, Lorena.
-No quiero sacar el tema, pero he visto cómo la miras.
-¿Qué?
-Que he visto cómo miras a tu compañera de clase, Mario.
-¿Qué me estás contando? Que yo sólo tengo ojos para ti, cariño.
-Es la chica rubia de tu clase, es perfecta. Tiene un cuerpo de diez, y yo, en cambio, parezco una bola de billar. Me lo has dicho muchas veces, Mario.
-…Es que, si no comieras tanto, cariño.
-¿Ves? Estoy horrible, y sólo me quieres tú.
-¿Qué más quieres, Lorena?
-Tienes razón, cariño. Prometo comer menos. Gracias por quererme como me quieres…
-No me des las gracias, Lorena. Te amo mucho… Pero tienes que prometerme una cosa.
-Dime.
-Que pase lo que pase en los siguientes meses, me da igual que haya dejado de quererte por tu sobrepeso,… Me da exactamente igual. Tú vendrás a mi casa la mañana del nueve de Diciembre, y pasaremos todo el día juntos.
-Te lo prometo, cariño.

Lo peor de todo no es que sufriera sobrepeso –Que no lo sufrí.-, es que, Mario, era tan sumamente imbécil, que quería que me acomplejase con mi aspecto, para que así le agradeciese el amor que me tenía de cualquier manera posible, fuese cual fuese la humillación a la que quería someterme.
Por suerte, Javier, su mejor amigo, me ayudó a salir de todo aquello.
Y hoy por hoy sé que la belleza no está reflejada en el aspecto, si no dentro.

Recuerdo que nunca cumplí la promesa de comer menos, pero sí lo vomitaba.
Fue mi mayor error. Intentar mejorar mi aspecto para gustarle a un chico.
Por desgracia, todavía siguen habiendo en el mundo gente tan superficial como Mario.

-¿Lorena, estás bien?- Me pregunta Javier, tocándome en el hombro.
-Sí, lo estoy. Ahora que estás aquí, lo estoy.- Murmuro.
Javier sonríe.
Esa sonrisa que tanto me gusta.
Pero hay algo que no tengo muy claro.
¿Me gustará siempre?

-Te amo, Javier. Y no quiero que lo olvides.- Le susurro al oído, y le beso.
Y sin que ninguno de los dos sepamos lo que el destino nos deparará, nos separamos.
Yo quiero que ese beso sea para siempre.
Quiero que lo nuestro sea para siempre.
Pero, como todos sabemos, no todo lo bueno es para siempre.
Y, sin quererlo, ni pensarlo siquiera, hoy, nueve de Diciembre, una etapa de mi vida se cierra.
-¿A qué viene eso?
-No sé, me acaba de venir a la cabeza. Te amo, nunca lo olvides.
-Yo también te amo, cariño. ¿Pero, pasa algo?
-Que de repente, tengo miedo de perderte.
Él me mira a los ojos.
Nos besamos.
Estamos tan bien juntos, que me parece impensable que un día nos separemos.
No me acostumbraré a vivir sin él.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Capítulo tres:

-Joder, joder, joder…- Es lo único que dice Javier una y otra vez.
Se viste en mi habitación, y se pone a llorar de repente.
Yo lo miro asombrada.
-¿Qué te pasa?- Le pregunto.
-Que se me ha escapado, que me he corrido, y que no llevábamos preservativo. ¡Joder!
-Eso ya lo sé, pero, ¿De qué tienes miedo, Javier?
-¿Que de qué tengo miedo? ¡¿Qué de qué tengo miedo?! No sé tú, pero yo de ser padre tan joven.
-Javier, joder, no me asustes.
-No, si no te asusto. Solo te acabo de joder la adolescencia. ¿Qué adolescencia? ¡Te acabo de joder la vida!
-Ah, y me la acabas de joder tú, ¿No? ¡Hablas como si yo no supiese lo que hago, y tú fueses el responsable! Joder, que si estoy embarazada, mi madre me mata. ¡No puedo tener un niño, pero tampoco voy a abortar!
De pronto, entra mi hermano en mi cuarto.
-¿Queréis dejar de armar escándalo? ¡Estoy estudiando! Ah, y no es ningún problema lo que os acaba de pasar. No sé si os dais cuenta de que, acaban de inventar una pastilla; la del día después.- Ironiza mi hermano.
Y es verdad, hemos hecho de un granito de arena una montaña.
Javier y yo nos miramos, y mi hermano sale de mi habitación.
Los dos sonreímos, y nos abrazamos.
Nos besamos de nuevo, ahora más tranquilos que nunca.
Y juntos, nos acostamos en la cama.
Lo último que pienso es que, mañana será un buen día. Que interrumpiré el embarazo –Si es que lo hay.-, y que, estaré feliz, al lado del chico al que amo.
Apago la luz, y nos dormimos juntos.
Ahora más tranquilos, ahora más felices, y ahora más juntos de lo que lo vamos a estar en mucho tiempo.

Capítulo dos:

Cuando salimos del Burger King, le beso.
Hace frío.
Es noche cerrada.
Volvemos a casa, pero antes, decidimos parar en un Starbucks.
-¿Tú qué vas a pedir, Lorena?- Me pregunta Javier.
Es extraño oír mi nombre en su boca… Él siempre me llama de otro modo.
-Ni idea, lo mismo que te pidas tú, cariño.
Él sonríe.
Cuando está en la barra, pide dos cafés con leche.
Yo espero, apartada.
Miro mi reloj.
No es muy tarde para ser jueves, y no tener mañana clase.
En seguida nos sirven los cafés, y Javier paga.
Yo cojo el mío.
Está calentito.
Le doy un pequeño sorbo.
-¿Te gusta?- Me pregunta Javier.
-Claro.- Le respondo. Y es verdad. Aunque nunca antes había entrado en un Starbucks, el café está bastante rico.
Cuando volvemos a salir a la calle oscura madrileña, el frío ataca de nuevo.
Pero él me protege; me abraza con todas sus fuerzas.
Me encanta que lo haga como lo hace.
Es perfecto.
Sumamente perfecto.
Una noche de cuento, más perfecta aún.
He cenado genial, a su lado.

Caminamos durante unos quince minutos, hasta que llegamos a mi edificio.
Esta noche dormiremos juntos, como cada noche.
Aunque yo solamente tengo dieciséis años, mis padres me dejan dormir con él.
Sus padres no se extrañan mucho de que ya no ande tanto tiempo por casa, él es mayor que yo.
Tiene diecinueve años. Aunque aparenta menos.
En la edad les mentí a mis padres; les dije que tenía diecisiete.

Busco la llave en el bolsillo de la chaqueta que llevo puesta; la de Javier.
En seguida las encuentro.
Las saco del bolsillo, y abro la puerta.
Ambos pasamos.
Cuando la puerta se cierra, deja de hacer frío.

Subo un par de escalones hasta el ascensor, presiono el botón, y espero.
En seguida, las puertas se abren, y nos subimos en él.
Yo le beso, antes de que él presione el botón 16, que es la planta en la que vivo.
Mientras el ascensor nos eleva, continuamos con el beso.
Un sonido metálico indica que hemos llegado.
Y nos bajamos del ascensor.
En unos segundos, estamos dentro de casa.
-Ya estoy aquí.- Digo, sonriente.
Y entonces, recuerdo que mis padres están de viaje, y que los únicos que ahora están en casa son mi hermano pequeño Lucas, y su amiga Sandra.

Sonrío, y le beso en los labios.
Poco a poco, beso a beso, nos vamos acercando a mi cuarto.
Desde el marco de la puerta de mi habitación, lo empujo hasta mi cama.
Le beso en los labios apasionadamente.
Me tiro encima de él, y continuamos con el beso.
Le quito la camiseta, y él me la quita a mí.
No sé qué estoy haciendo, no sé si voy muy deprisa, y tampoco sé si es con él con quien debería de ir más despacio, pero lo hago.
Voy a mi ritmo.
Caricias y besos.
Más caricias descontroladas, y más besos apasionados.
No sé lo que estoy haciendo.
Y eso que no es mi primera vez.
Poco a poco, nos vamos quedando sin ropa.
Sus ojos azules me miran fijamente.
Y como era de esperar, hacemos el amor.
Para él tampoco es su primera vez.

En cambio, para mí si que lo es que me lo hagan sin preservativo.
Nos besamos, y gimo.
Siento placer, y tengo ganas de más, así que salto suavemente encima de él una y otra vez.
Él me besa en el cuello.
Llevamos un buen rato haciéndolo.
Yo vuelvo a besarle en los labios.
Y deseo que esta noche nunca acabe.
Y, sinceramente, nuestra historia de amor, sería perfecta si esta noche fuese eterna.
Pero no, todo lo bueno acaba cuando él se corre de placer, dentro de mí.

martes, 6 de diciembre de 2011

Capítulo uno:

Y aquí estoy yo.
Con él.
Con ese chico que me ama.
Con ese chico que me apoya.
Con ese chico que me hace tan feliz que parece que, simplemente, a su lado, pueda tocar el cielo con la palma entera de la mano, y no con la yema de los dedos.
No, con Javier las cosas no son como con Mario.
Mario apenas conseguía que lo rozase con la punta de las uñas, y en el caso de que lo consiguiese, era para después bajarme hasta tierra firme, y hacerme sentir que no valía nada.
Pero esa historia acabó hace mucho, y aunque yo no quiero creer que él es feliz sin mi, no puedo resignarme a ello.
Se suponía que lo nuestro era para siempre.
Aunque yo no me puedo quejar; hace un par de meses que salí adelante, y hoy, ocho de Diciembre, hace un mes que comenzó una nueva etapa de mi vida. Una etapa que no quiero que acabe nunca.
Y, aunque hemos cortado muchas veces por mis inseguridades, siempre acabamos arreglándolo.

Llevo su chaqueta puesta para protegerme del frío.
Hemos salido a cenar a un Burger King.
Y estamos a punto de entrar.
Él se adelanta, y me abre la puerta.
Yo entro en el Burger King sonriente.
Javier es un sol.
Me protege, me mima, y me ama.
¿Qué más se puede pedir?
Nos sentamos a una mesa.
Él y yo nos miramos.
Le amo tanto, que cuando lo siento tan cerca, tengo miedo de que se aleje.

-¿Qué vas a pedir?- Me pregunta.
-Un menú Diverking.
-¡Qué infantil que eres!- Bromea Javier, sacándome la lengua.
-¡No lo soy! Es que no tengo mucha hambre, cariño.
-Sabes que lo eres, cariño… Pero me encanta que lo seas, enana.- Tras decirme esto, me besa.
Nos besamos.
Es precioso.
De pronto, abro los ojos, y lo veo a él, tan perdido en ese beso.
Al cabo de unos segundos, nos separamos.
-Te amo, boba.- Me susurra.
-Y yo, bobo.- Le susurro.
Y se va, directo a la cola, para pedir nuestra cena.
Y yo, lo observo.
Sonrío.
Tiene un culo precioso.                    
Entonces, caigo en la cuenta de quién acaba de entrar.
Intento que no me vea.
No tengo ganas de saludarle.
Se suponía que no nos volveríamos a ver.
Se suponía que él se fue a Nueva York.
Se suponía que él jamás volvería a Madrid.
Pero no, ahí está él.
Con ella.
Observo cómo él pasa al interior sin sostenerle la puerta.
Y observo cómo los ojos que un día me enamoraron, inspeccionan el local.
Sus ojos azules mar se mueven ágilmente aquí y allá.
Y entonces, se detienen en una mesa gris, y en una chica preciosa que está sentada esperando a que su novio vuelva con su menú. Yo.
Tengo el corazón en un puño cuando él comienza a caminar hacia donde yo estoy.
Mario ha cambiado mucho en ese par de meses, aunque sigue igual de guapo.
Tiene esa sonrisa que me enloquecía.
Su acompañante va detrás de él.
Cuando llega a donde yo estoy, me da dos besos en las mejillas.
-¿Te acuerdas de mí?- Pregunta.
Yo, tartamudeo un poco.
-Cla… Claro.
Él sonríe.
-Bueno, y esta es Marta… Mi novia.- La presenta el chico.
Nos damos dos besos.
Marta es una chica rubia, de ojos marrones.
De piel blanquecina, y tiene unas cuantas pecas en las mejillas.
Yo sonrío para no parecer maleducada, aunque lo único que me apetece ahora es que la tierra me trague.
Entonces, veo acercarse a Javier.
Me levanto para ayudarle con la bandeja.
Él tiene cara de asombro.
No le apetecía ver en un momento como ése al que fue su mejor amigo hace tan solo dos meses.
-¡Javier!- Grita Mario al verle, y le sonríe.
Javier deja la bandeja encima de la mesa, y se estrechan las manos.
-¡Cómo has cambiado!- Grita Mario.
Siempre tan escandaloso.
-Pero si solo me he dejado el pelo más largo.
-Pues te queda muy bien, chico. Yo me apunté al gimnasio hace un par de meses, ¿Se nota, no?
Por el rabillo del ojo, miro a Marta.
-Se nota, se nota.
Mario ríe a carcajadas.
-Bueno, nosotros vamos a buscar un sitio, nos vemos, parejita.- Indica Mario, gritando.
-Adiós.- Decimos al unísono Javier y yo, y sonreímos.
Los dos se alejan.
Y yo, miro cómo Marta coge del culo a Mario.

Entonces, acerco la caja que contiene mi hamburguesa, y la abro.
Comienzo a morderla.
Está deliciosa.
Mientras, Javier me observa.
Yo le miro, extrañada, mientras mastico.
-¿Está buena?- Pregunta.
-Mucho.- Respondo.
Y ambos sonreímos sin saber por qué.

Él comienza a comerse su hamburguesa.
Nos miramos a los ojos por un instante.
Le amo, y no quiero que él lo olvide.