domingo, 11 de diciembre de 2011

Capítulo ocho:

Cuando me quita las esposas, salgo corriendo de la habitación, sin mirar atrás siquiera.
Me quito la camiseta de la cara, y me subo el vestido y el tanga.
Corro escaleras abajo, y le pido, con lágrimas en los ojos, a Javier que me lleve a casa.
-¿Qué ha pasado?- Me pregunta Javier, mirándome a los ojos de un modo extraño.
-Nada.
-¿Estás llorando?
-No.
-Sí, ¿Qué te ha hecho?
-Nada, vámonos, por favor, Javier.
Y rompo a llorar.
Él me hace a un lado, y corre escaleras arriba, ignorando la de veces que le llamo.
Marta me mira atentamente.
-¿Te has golpeado en la mandíbula?- Pregunta.
Yo la miro, con lágrimas en los ojos.
-Sí, ha sido sin querer.
Aparto mi mirada de su cara.
-¿Por qué ha subido Javier tan deprisa a la segunda planta?- Pregunta.
-No tengo ni idea.- Digo, girándome, para irme de la casa.
Cojo el picaporte, y abro la puerta.
-¿A dónde vas?- Pregunta Marta.
-No lo sé.- Digo, y cierro la puerta de un portazo.

Camino por la calle, sola.
Son las tres de la madrugada.
Lloro.
No me puedo creer cómo ha acabado la noche.
No quiero creerme que Mario es tan cabrón.
No voy a denunciarle.
Nadie me creería.

Me siento en el suelo, en mitad de la acera.
Me gustaría que en este preciso momento, me cayese un rayo en la cabeza.
Estoy mareada.

Me levanto y me giro, en dirección a la casa de Mario.
Veo a Javier saliendo de la casa.
Él me mira, a lo lejos.
Camina hacia donde estoy yo.
Yo no quiero que me vea llorar, así que sigo caminando.
Él aligera el paso hasta alcanzarme.
-¿Qué ha pasado, Lorena?- Me pregunta en un tono dulce.
-Nada, Javier, nada.
-Lorena, estoy harto de que me mientas. Sé toda la verdad.
Yo lo miro, extrañada.
-¿Y qué es lo que sabes?
-Sé que todavía sientes algo por Mario. Tú misma se lo has dicho. Pero él tiene novia, Lorena. Y tú también tenías.
-¿Cómo puedes pensar eso?
-Porque él me lo ha contado.
Yo lo miro a los ojos por primera vez desde que hemos salido de la casa.
-¿Y esto quiere decir que me dejas?
-No me has dejado otra opción. ¡Joder, Lorena! Que sigues amando a Mario.
Yo me quedo de piedra.
El corazón se me encoge, y no puedo respirar.
-Él me ha violado.- Suelto, de repente. –Y tú me has dejado.- Añado.
-No pienso creerte, Lorena. Sé que me mientes. Igual que sé que Mario es incapaz de hacerte eso.
Yo lo miro a los ojos, por última vez en mucho tiempo.
Y me alejo.
Sigo caminando, y él me sigue.
-Me has dejado, ahora, solo me queda pedirte que no vuelvas jamás.- Le susurro, a lo lejos.
Él se queda paralizado, y yo sigo caminando.
Sola.
No solamente estoy sola, si no que, a cada segundo que pasa, me siento más vacía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario