jueves, 8 de diciembre de 2011

Capítulo cuatro:

El ruido del despertador es lo que me despierta.
Miro hacia donde Javier se acostó la noche anterior.
Se está desperezando.
Sonrío, y él sonríe.
Y nos besamos.
-Buenos días, princesa.
-Buenos días, príncipe.
Nos volvemos a besar.
Yo salgo de mi cama, me quito el pijama, y me visto.
Una camiseta gris, unos pantalones vaqueros, y unas Converse, también grises.
Camino hasta el baño para peinarme.
Observo mi reflejo en el espejo.
Estoy preciosa.
Aunque, ahora que lo pienso, me vendrían bien con mi pelo negro un par de mechas moradas.
Me peino el flequillo.
Pongo ojitos.
Sonrío.
-Tengo una idea; vayamos a desayunar fuera de casa.- Dice Javier, desde mi habitación.
-Me parece bien. Tú tienes muchas ganas de celebraciones, ¿Eh?- Bromeo.
-Sí, hoy, nueve de Diciembre hace un mes y un día que estamos juntos.
Nueve de Diciembre… Nueve de Diciembre.
¡Nueve de Diciembre!
Hoy es el cumpleaños de Mario.
¡La de veces que hablamos de cómo lo celebraríamos!

-Pues para mi cumpleaños, espero que sea un día perfecto… Estemos juntos las veinticuatro horas. Sí, ese sería el mejor regalo que podrías hacerme.
-Ninguno de los dos sabemos lo que podría pasar de aquí a tres meses, Mario… Igual y has encontrado a otra mejor que yo.
-No, no hay nadie mejor que tú en este mundo, Lorena.
-No quiero sacar el tema, pero he visto cómo la miras.
-¿Qué?
-Que he visto cómo miras a tu compañera de clase, Mario.
-¿Qué me estás contando? Que yo sólo tengo ojos para ti, cariño.
-Es la chica rubia de tu clase, es perfecta. Tiene un cuerpo de diez, y yo, en cambio, parezco una bola de billar. Me lo has dicho muchas veces, Mario.
-…Es que, si no comieras tanto, cariño.
-¿Ves? Estoy horrible, y sólo me quieres tú.
-¿Qué más quieres, Lorena?
-Tienes razón, cariño. Prometo comer menos. Gracias por quererme como me quieres…
-No me des las gracias, Lorena. Te amo mucho… Pero tienes que prometerme una cosa.
-Dime.
-Que pase lo que pase en los siguientes meses, me da igual que haya dejado de quererte por tu sobrepeso,… Me da exactamente igual. Tú vendrás a mi casa la mañana del nueve de Diciembre, y pasaremos todo el día juntos.
-Te lo prometo, cariño.

Lo peor de todo no es que sufriera sobrepeso –Que no lo sufrí.-, es que, Mario, era tan sumamente imbécil, que quería que me acomplejase con mi aspecto, para que así le agradeciese el amor que me tenía de cualquier manera posible, fuese cual fuese la humillación a la que quería someterme.
Por suerte, Javier, su mejor amigo, me ayudó a salir de todo aquello.
Y hoy por hoy sé que la belleza no está reflejada en el aspecto, si no dentro.

Recuerdo que nunca cumplí la promesa de comer menos, pero sí lo vomitaba.
Fue mi mayor error. Intentar mejorar mi aspecto para gustarle a un chico.
Por desgracia, todavía siguen habiendo en el mundo gente tan superficial como Mario.

-¿Lorena, estás bien?- Me pregunta Javier, tocándome en el hombro.
-Sí, lo estoy. Ahora que estás aquí, lo estoy.- Murmuro.
Javier sonríe.
Esa sonrisa que tanto me gusta.
Pero hay algo que no tengo muy claro.
¿Me gustará siempre?

-Te amo, Javier. Y no quiero que lo olvides.- Le susurro al oído, y le beso.
Y sin que ninguno de los dos sepamos lo que el destino nos deparará, nos separamos.
Yo quiero que ese beso sea para siempre.
Quiero que lo nuestro sea para siempre.
Pero, como todos sabemos, no todo lo bueno es para siempre.
Y, sin quererlo, ni pensarlo siquiera, hoy, nueve de Diciembre, una etapa de mi vida se cierra.
-¿A qué viene eso?
-No sé, me acaba de venir a la cabeza. Te amo, nunca lo olvides.
-Yo también te amo, cariño. ¿Pero, pasa algo?
-Que de repente, tengo miedo de perderte.
Él me mira a los ojos.
Nos besamos.
Estamos tan bien juntos, que me parece impensable que un día nos separemos.
No me acostumbraré a vivir sin él.

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